sábado, 26 de abril de 2014

Los barrios no bajan


ultimasnoticias.com.ve

Hace poco, una mañana de marzo, recibí a un periodista europeo, de tantos que vienen a Venezuela en momentos noticiosos, algunos de los cuales visitan a los medios, a fin de recibir testimonios y opiniones que les ayuden a formarse una visión más completa de la situación del país para los reportajes, crónicas o artículos que deben enviar a sus naciones. A una de sus preguntas, le hablé sobre las guarimbas, su composición clasista, su ubicación en Caracas y otras ciudades, siempre en sectores donde viven familias de la clase media y gobernados por alcaldes de partidos de la oposición, y sobre su eventual financiamiento, que ahora investiga el Ministerio Público.

La oficina del director de Últimas Noticias posee unos amplios ventanales que permiten ver buena parte de Petare, con sus cerros poblados de barrios y edificaciones residenciales e industriales, y mostrándolos me preguntó, “¿y ahí no montan guarimbas?”

Le expliqué. En esos barrios no hay guarimbas. Pese a los esfuerzos que han hecho, no pudieron atraer a sus jóvenes para que se incorporen. Él no entendía que siendo formas de protesta contra el desabastecimiento, el hambre, las malas condiciones de vida, etc, tal como informan los medios del exterior -y como es la imagen que de Venezuela existe en la mayoría de la gente de esos países-, los más pobres de Caracas estuviesen al margen de esas protestas y no participaran en los actos de violencia.

Le dije que es cierto que hay desabastecimiento, que creo que es el primer problema del país, que deben hacer largas colas para tener acceso a muchos alimentos y productos de primera necesidad, pero tienen cómo comprarlos; el problema es conseguirlos, dificultad que no es exclusiva de los barrios, también se hace presente en los diversos niveles de clase media para adquirir ciertos rubros.

Le informé lo que sucedió en Caracas a finales de febrero de 1989. Un día por la mañana, en una población vecina, Guarenas, la gente comenzó a protestar violentamente cuando supo que habían subido el precio de los boletos para trasladarse a la capital. Al poco rato, la protesta se había extendido, con mayor ferocidad y comenzaron los saqueos a los comercios. Miles de personas, inicialmente de los barrios y después con gente de otras clases, salían de abastos y centros comerciales cargados de todo lo que encontraban. Eso se prolongó por tres días. Las fuerzas policiales y la Guardia Nacional no pudieron detenerlo, y hubo escenas donde la policía ponía el orden para que ¡los saqueos se desarrollaran ordenadamente! El gobierno de turno sacó al Ejército a contenerlos. Al final, informó sobre unos 500 muertos, aunque otras estimaciones los elevan a miles.

Hay una gran diferencia: entonces los negocios estaban bien abastecidos, pero la gente pobre, casi la mitad de la población, no tenía para comprar. Hoy tienen cómo hacerlo, pero les cuesta conseguir lo que buscan.

El colega quedó sorprendido.

La explicación se consigue en algunas estadísticas. Por ejemplo, los ingresos totales promedio mensual eran en el 2011 de Bs 4.282 por familia; un año más tarde habían subido a 6.252 bolívares, y al 31-12- 2013 estaban en Bs 8.514. Como ven, en apenas dos años, se duplicaron.

Es oportuno, hoy en Domingo de Resurrección, ofrecerles a ustedes otros numeritos, aficionados como somos al beisbol.

Veamos primero la matrícula universitaria, toda vez que se ha intentado hacer aparecer al “movimiento estudiantil” como vanguardia de las protestas. En el año 2000 había 862 mil 862 estudiantes en las universidades, en 2005 eran 1 millón 526 mil 625 y el año pasado 2 millones 629 mil 312. En cuanto a la inversión social, la línea ha sido igualmente ascendente: de Bs 11 mil 458 millones mensuales en el 2005 dio un salto a 134 mil 414 millones el año pasado. En salud se pasó de casi 8 mil millones en el mismo 2005 a cerca de 89 mil millones en 2013. Aunque esta es un área que todavía presenta fallas.

El hecho de que ha habido una mejor atención a los pobres, con una inversión social cuantiosa, y hoy -incluidos los ancianos-, viven mejor que hace diez o 15 años, explica que los barrios no hayan bajado a sumarse a las protestas de la clase media; ni a las pacíficas de un sector mayoritario en la oposición, menos a las violentas.

No sé, finalmente, qué escribió para su periódico.

domingo, 20 de abril de 2014

A Propósito de la Corrupción en Venezuela



La Ley Contra la Corrupción (LCC) entro en vigencia en abril de 2003 y derogó la Ley Orgánica de Salvaguarda del Patrimonio Público (LOSPP), dicha ley, trajo consigo muchas críticas, entre ellas una muy visible que tiene que ver con el rango de aplicación y es, que una ley ordinaria derogó una ley orgánica. Muchos comentarios se dieron por los sectores de la sociedad venezolana entre ellos, juristas, administradores, políticos, religiosos. Pero en vista de que la comunicación se deja llevar por las coyunturas, poco logramos conocer al respecto.
El articulo uno (01) de la Ley Contra la Corrupción (LCC) declara de la siguiente manera:
La presente Ley tiene por objeto el establecimiento de normas que rijan la conducta que deben asumir las personas sujetas a la misma, a los fines de salvaguardar el patrimonio público, garantizar el manejo adecuado y transparente de los recursos públicos, con fundamento en los principios de honestidad, transparencia, participación, eficiencia, eficacia, legalidad, rendición de cuentas y responsabilidad consagrados en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, así como la tipificación de los delitos contra la cosa pública y las sanciones que deberán aplicarse a quienes infrinjan estas disposiciones y cuyos actos, hechos u omisiones causen daño al patrimonio público.”
Todo funcionario público debe cumplir con la salvaguarda del patrimonio público y de los recursos que corresponden a la población, para garantizar el cumplimiento de sus derechos, cumpliendo con los principios que cita el articulo llevando a cabo de esa manera una administración eficiente, de lo contrario se llevara a cabo la sanción dependiendo de la de los daños que cause a la nación.
La contraloría será la encargada de llevar a cabo el procedimiento administrativo a los funcionarios que incurran en delito. Lo hemos visto desde hace algunos años (Sanciones a funcionarios por los delitos de Peculado, Malversación y Desvío de Fondos Públicos).
Los Funcionarios deberán llevar a cabo para ocupar un cargo público una declaración jurada de patrimonio ante la Contraloría General de la República (CGR) dentro de los 30 días luego de la toma de posesión, de igual manera antes de los 30 días luego del cese de sus funciones, Sin la excepción que existía en la LOSPP. Quienes se nieguen a realizar la declaración jurada solicitada por la CGR, serán sancionados con multas que van desde 50 hasta 500 unidades tributarias (U.T.).
Mientras estuvo vigente la LOSPP se consideró enriquecimiento ilícito toda posesión de bienes, que sin justificación alguna sobrepasara notoriamente las posibilidades económicas de la persona. Pero de acuerdo con la LCC, se establece como tal, todo incremento patrimonial desproporcionado con relación a los ingresos que no tuviera justificación.
Las sanciones en la LCC, al igual que la derogada LOSPP son muy severas. Las penas alcanzan hasta los 10 años de prisión y las multas pueden llegar a representar hasta el 100% del valor de los bienes objeto del delito.
La LCC establece claramente como delito que un funcionario público utilice su cargo para favorecer o perjudicar electoralmente a un candidato, grupo, partido o movimiento político y lo sanciona con prisión de 1 a 3 años.
También resulta favorable lo contemplado en el artículo 9 de la Ley, pues obliga a las instituciones y personas que administren patrimonio público a rendir cuentas trimestralmente y justificar y describir los usos dados a los recursos públicos.
Además establece, que la Ley permite la reducción de hasta dos tercios de la pena en caso de que el culpable repare enteramente los daños causados o restituya los bienes objeto de delito.
La LCC también introduce delitos cometidos por los jueces, fiscales o funcionarios públicos cuando sus actuaciones impidan u obstaculicen la correcta aplicación de la Ley.
Quizá el aspecto más positivo de la nueva Ley, es el que restituye el delito de abuso de autoridad, con el nombre de abuso de funcionarios, por lo que se elimina el vacío de más de 20 años que había dejado la LOSPP, cuando derogó el artículo 204 del Código Penal.
La corrupción administrativa siempre ha sido en nuestro país una noticia recurrente de primera página, mientras la voluntad del Estado para prevenirla, perseguirla y sancionarla ha permanecido simplemente como una buena intención impresa en los diferentes textos legales que han sido promulgados en el correr del tiempo con tal objeto. Hoy, una nueva ley ha sido promulgada, la LCC, ni mejor ni peor que las anteriores, pues, sus bondades sólo podrán ser calificadas en la medida del cumplimiento de su objeto a través de su aplicación imparcial.
Se celebra y se ve con buenos ojos la aprobación de leyes como estas que sancionen a los funcionarios públicos, que creen que por tener poder de alguna en una institución pueden llevar a cabo lo que deseen y la corrupción es un delito que debe ser castigado severamente. Pero sabemos que en nuestro país no es un problema de leyes, y bien vale recalcar un refrán popular que dice “hecha la ley, hecha la trampa”, debe haber un cambio cultural para erradicar la corrupción.
La aprobación de esta ley y algunas sanciones hechas a funcionarios nos dan a observar que los primeros pasos hacia la transformación cultural ya se están dando. Para combatir la corrupción es necesario que las leyes se cumplan. Para que las leyes se cumplan es necesario que la Contraloría y la Fiscalía asuman su responsabilidad, y finalmente, para propiciar el cambio de actitud es necesario que los ciudadanos tengan mayor participación en los procesos de toma de decisiones políticas, que sean más exigentes con sus representantes ante los poderes públicos para que puedan ejercer un efectivo control sobre sus actuaciones.
Bibliografía consultada
Ley Contra la Corrupción. Abril 2003
Ley Orgánica de Salvaguarda del Patrimonio Público. (Derogada)
Por: Danilo Perez.

sábado, 19 de abril de 2014

El dia que Gabriel Garcia Marquez conocio a Hugo Chavez



BOGOTA, Colombia.- Carlos Andrés Pérez descendió al atardecer del avión que lo llevó de Davos, Suiza, y se sorprendió de ver en la plataforma al general Fernando Ochoa Antich, su ministro de Defensa. "¿Qué pasa?", le preguntó intrigado. El ministro lo tranquilizó, con razones tan confiables, que el presidente no fue al Palacio de Miraflores sino a la residencia presidencial de La Casona. Empezaba a dormirse cuando el mismo ministro de Defensa lo despertó por teléfono para informarle de un levantamientio militar en Maracay. Había entrado apenas en Miraflores cuando estallaron las primeras cargas de artillería.
Era el 4 de febrero de 1992. El coronel Hugo Chávez Frías, con su culto sacramental de las fechas históricas, comandaba el asalto desde su puesto de mando improvisado en el Museo Histórico de La Planicie. El presidente comprendió entonces que su único recurso estaba en el apoyo popular, y se fue a los estudios de Venevisión para hablarle al país. Doce horas después el golpe militar estaba fracasado. Chávez se rindió, con la condición de que también a él le permitieran dirigirse al pueblo por la televisión. El joven coronel criollo, con la boina de paracaidista y su admirable facilidad de palabra, asumió la responsabilidad del movimiento. Pero su alocución fue un triunfo político. Cumplió dos años de cárcel hasta que fue amnistiado por el presidente Rafael Caldera. Sin embargo, muchos partidarios como no pocos enemigos han creído que el discurso de la derrota fue el primero de la campaña electoral que lo llevó a la presidencia de la república menos de siete años después.
El presidente Hugo Chávez Frías me contaba esta historia en el avión de la Fuerza Aérea Venezolana que nos llevaba de La Habana a Caracas, hace dos semanas, a menos de quince días de su posesión como presidente constitucional de Venezuela por elección popular. Nos habíamos conocido tres días antes en La Habana, durante su reunión con los presidentes Castro y Pastrana, y lo primero que me impresionó fue el poder de su cuerpo de cemento armado. Tenía la cordialidad inmediata y la gracia criolla de un venezolano puro. Los dos tratamos de vernos otra vez, pero no nos fue posible por culpa de ambos, así que nos fuimos juntos a Caracas para conversar de su vida y milagros en el avión.
El presidente Hugo Chávez Frías me contaba esta historia en el avión de la Fuerza Aérea Venezolana que nos llevaba de La Habana a Caracas, hace dos semanas, a menos de quince días de su posesión como presidente constitucional de Venezuela por elección popular
Fue una buena experiencia de reportero en reposo. A medida que me contaba su vida iba yo descubriendo una personalidad que no correspondía para nada con la imagen de déspota que teníamos formada a través de los medios. Era otro Chávez. ¿Cuál de los dos era el real? El argumento duro en su contra durante la campaña había sido su pasado reciente de conspirador y golpista. Pero la historia de Venezuela ha digerido a más de cuatro. Empezando por Rómulo Betancourt, recordado con razón o sin ella como el padre de la democracia venezolana, que derribó a Isaías Medina Angarita, un antiguo militar demócrata que trataba de purgar a su país de los treinta y seis años de Juan Vicente Gómez. A su sucesor, el novelista Rómulo Gallegos, lo derribó el general Marcos Pérez Jiménez, que se quedaría casi once años con todo el poder. Este, a su vez, fue derribado por toda una generación de jóvenes demócratas que inauguró el período más largo de presidentes elegidos.
El golpe de febrero parece ser lo único que le ha salido mal al coronel Hugo Chávez Frías. Sin embargo, él lo ha visto por el lado positivo como un revés providencial. Es su manera de entender la buena suerte, o la inteligencia, o la intuición, o la astucia, o cualquiera cosa que sea el soplo mágico que ha regido sus actos desde que vino al mundo en Sabaneta, Estado de Barinas, el 28 de julio de 1954, bajo el signo del poder: Leo. Chávez, católico convencido, atribuye sus hados benéficos al escapulario de más de cien años que lleva desde niño, heredado de un bisabuelo materno, el coronel Pedro Pérez Delgado, que es uno de sus héroes tutelares.
Sus padres sobrevivían a duras penas con sueldos de maestros primarios, y él tuvo que ayudarlos desde los nueve años vendiendo dulces y frutas en una carretilla. A veces iba en burro a visitar a su abuela materna en Los Rastrojos, un pueblo vecino que les parecía una ciudad porque tenía una plantita eléctrica con dos horas de luz a prima noche, y una partera que lo recibió a él y a sus cuatro hermanos. Su madre quería que fuera cura, pero sólo llegó a monaguillo, y tocaba las campanas con tanta gracia que todo el mundo lo reconocía por su repique. "Ese que toca es Hugo", decían. Entre los libros de su madre encontró una enciclopedia providencial, cuyo primer capítulo lo sedujo de inmediato: "Cómo triunfar en la vida". Era en realidad un recetario de opciones, y él las intentó casi todas. Como pintor asombrado ante las láminas de Miguel Angel y David, se ganó el primer premio a los doce años en una exposición regional. Como músico, se hizo indispensable en cumpleaños y serenatas con su maestría del cuatro y su buena voz. Como beisbolista llegó a ser un catcher de primera. La opción militar no estaba en la lista, ni a él se le habría ocurrido por su cuenta, hasta que le contaron que el mejor modo de llegar a las grandes ligas era ingresar en la academia militar de Barinas. Debió ser otro milagro del escapulario, porque aquel día empezaba el plan Andrés Bello, que permitía a los bachilleres de las escuelas militares ascender hasta el más alto nivel académico.
Su primer conflicto consciente con la política real fue la muerte de Allende en septiembre de 1973
Estudiaba ciencias políticas, historia y marxismo-leninismo. Se apasionó por el estudio de la vida y la obra de Bolívar, su Leo mayor, cuyas proclamas aprendió de memoria. Pero su primer conflicto consciente con la política real fue la muerte de Allende en septiembre de 1973. Chávez no entendía. ¿Y por qué si los chilenos eligieron a Allende ahora los militares chilenos van a darle un golpe? Poco después, el capitán de su compañía le asignó la tarea de vigilar a un hijo de José Vicente Rangel, a quien se creía comunista. "Fíjate las vueltas que da la vida -me dice Chávez, con una explosión de risa-. Ahora su papá es mi canciller." Más irónico aún es que cuando se graduó recibió el sable de manos del presidente que veinte años después trataría de tumbar: Carlos Andrés Pérez.
"Además -le dije-,usted estuvo a punto de matarlo." "De ninguna manera -protestó Chávez-. La idea era instalar una asamblea constituyente y volver a los cuarteles." Desde el primer momento me había dado cuenta de que era un narrador natural.
Un producto íntegro de la cultura popular venezolana, que es creativa y alborozada. Tiene un gran sentido del manejo del tiempo y una memoria con algo de sobrenatural, que le permite recitar de memoria poemas de Neruda o Whitman, y páginas enteras de Rómulo Gallegos.
Desde muy joven, por casualidad, descubrió que su bisabuelo no era un asesino de siete leguas, como decía su madre, sino un guerrero legendario de los tiempos de Juan Vicente Gómez. Fue tal el entusiasmo de Chávez que decidió escribir un libro para purificar su memoria. Escudriñó archivos históricos y bibliotecas militares, y recorrió la región de pueblo en pueblo con un morral de historiador para reconstruir los itinerarios del bisabuelo por los testimonios de sus sobrevivientes. Desde entonces lo incorporó al altar de sus héroes y empezó a llevar el escapulario protector que había sido suyo.
Desde el primer momento me había dado cuenta de que era un narrador natural
Uno de aquellos días atravesó la frontera sin darse cuenta por el puente de Arauca y el capitán colombiano que le registró el morral encontró motivos materiales para acusarlo de espía: llevaba una cámara fotográfica, una grabadora, papeles secretos, fotos de la región, un mapa militar con gráficos y dos pistolas de reglamento. Los documentos de identidad, como corresponde a un espía, podían ser falsos. La discusión se prolongó por varias horas en una oficina donde el único cuadro era un retrato de Bolívar a caballo. "Yo estaba ya casi rendido -me dijo Chávez-, pues mientras más le explicaba menos me entendía." Hasta que se le ocurrió la frase salvadora: "Mire, mi capitán, lo que es la vida: hace apenas un siglo éramos un mismo ejército, y ése que nos está mirando desde el cuadro era el jefe de nosotros dos. ¿Cómo puedo ser un espía?" El capitán, conmovido, empezó a hablar maravillas de la Gran Colombia, y los dos terminaron esa noche bebiendo cerveza de ambos países en una cantina de Arauca. A la mañana siguiente, con un dolor de cabeza compartido, el capitán le devolvió a Chávez sus enseres de historiador y lo despidió con un abrazo en la mitad del puente internacional.
"De esa época me vino la idea concreta de que algo andaba mal en Venezuela", dice Chávez. Lo habían designado en Oriente como comandante de un pelotón de trece soldados y un equipo de comunicaciones para liquidar los últimos reductos guerrilleros. Una noche de grandes lluvias le pidió refugio en el campamento un coronel de inteligencia con una patrulla de soldados y unos supuestos guerrilleros acabados de capturar, verdosos y en los puros huesos.
Como a las diez de la noche, cuando Chávez empezaba a dormirse, oyó en el cuarto contiguo unos gritos desgarradores. "Era que los soldados estaban golpeando a los presos con bates de béisbol envueltos en trapos para que no les quedaran marcas", contó Chávez. Indignado, le exigió al coronel que le entregara los presos o se fuera de allí, pues no podía aceptar que torturara a nadie en su comando. "Al día siguiente me amenazaron con un juicio militar por desobediencia -contó Chávez-, pero sólo me mantuvieron por un tiempo en observación."
Pocos días después tuvo otra experiencia que rebasó las anteriores. Estaba comprando carne para su tropa cuando un helicóptero militar aterrizó en el patio del cuartel con un cargamento de soldados malheridos en una emboscada guerrillera. Chávez cargó en brazos a un soldado que tenía varios balazos en el cuerpo. "No me deje morir, mi teniente...", le dijo aterrorizado. Apenas alcanzó a meterlo dentro de un carro. Otros siete murieron. Esa noche, desvelado en la hamaca, Chávez se preguntaba: "¿Para qué estoy yo aquí? Por un lado campesinos vestidos de militares torturaban a campesinos guerrilleros, y por el otro lado campesinos guerrilleros mataban a campesinos vestidos de verde. A estas alturas, cuando la guerra había terminado, ya no tenía sentido disparar un tiro contra nadie". Y concluyó en el avión que nos llevaba a Caracas: "Ahí caí en mi primer conflicto existencial".
Al día siguiente despertó convencido de que su destino era fundar un movimiento. Y lo hizo a los veintitrés años, con un nombre evidente: Ejército bolivariano del pueblo de Venezuela. Sus miembros fundadores: cinco soldados y él, con su grado de subteniente. "¿Con qué finalidad?", le pregunté. "Muy sencillo -dijo él-: con la finalidad de prepararnos por si pasa algo." Un año después, ya como oficial paracaidista en un batallón blindado de Maracay, empezó a conspirar en grande. Pero me aclaró que usaba la palabra conspiración sólo en su sentido figurado de convocar voluntades para una tarea común.
Esa era la situación el 17 de diciembre de 1982, cuando ocurrió un episodio inesperado que Chávez considera decisivo en su vida. Era ya capitán en el segundo regimiento de paracaidistas y ayudante de oficial de inteligencia.
Cuando menos lo esperaba, el comandante del regimiento, Angel Manrique, lo comisionó para pronunciar un discurso ante mil doscientos hombres, entre oficiales y tropa.
A la una de la tarde, reunido ya el batallón en el patio de fútbol, el maestro de ceremonias lo anunció. "¿Y el discurso?", le preguntó el comandante del regimiento al verlo subir a la tribuna sin papel. "Yo no tengo discurso escrito", le dijo Chávez. Y empezó a improvisar.
Fue un discurso breve, inspirado en Bolívar y Martí, pero con una cosecha personal sobre la situación de presión e injusticia de América latina transcurridos doscientos años de su independencia. Los oficiales, los suyos y los que no lo eran, lo oyeron impasibles. Entre ellos, los capitanes Felipe Acosta Carle y Jesús Urdaneta Hernández, simpatizantes de su movimiento. El comandante de la guarnición, muy disgustado, lo recibió con un reproche para ser oído por todos: "Chávez, usted parece un político".
"Entendido", le replicó Chávez.
Un producto íntegro de la cultura popular venezolana, que es creativa y alborozada. Tiene un gran sentido del manejo del tiempo y una memoria con algo de sobrenatural, que le permite recitar de memoria poemas de Neruda o Whitman, y páginas enteras de Rómulo Gallegos
Felipe Acosta, que medía dos metros y no habían logrado someterlo diez contendores, se paró de frente al comandante, y le dijo: "Usted está equivocado, mi comandante. Chávez no es ningún político. Es un capitán de los de ahora, y cuando ustedes oyen lo que él dijo en su discurso se mean en los pantalones".
Entonces el coronel Manrique puso firmes a las tropas y dijo: "Quiero que sepan que lo dicho por el capitán Chávez estaba autorizado por mí. Yo le di la orden de que dijera ese discurso, y todo lo que dijo, aunque no lo trajo escrito, me lo había contado ayer". Hizo una pausa efectista y concluyó con una orden terminante: "¡Que eso no salga de aquí!" Al final del acto, Chávez se fue a trotar con los capitanes Felipe Acosta y Jesús Urdaneta hacia el Samán del Guere, a diez kilómetros de distancia, y allí repitieron el juramento solemne de Simón Bolívar en el monte Aventino.
"Al final, claro, le hice un cambio", me dijo Chávez. En lugar de "cuando hayamos roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español", dijeron: "Hasta que no rompamos las cadenas que nos oprimen y oprimen al pueblo por voluntad de los poderosos".
Desde entonces, todos los oficiales que se incorporaban al movimiento secreto tenían que hacer ese juramento. La última vez fue durante la campaña electoral, ante cien mil personas. Durante años hicieron congresos clandestinos cada vez más numerosos. "Durante dos días hacíamos reuniones en lugares escondidos, estudiando la situación del país, haciendo análisis, contactos con grupos civiles, amigos. "En diez años -me dijo Chávez- llegamos a hacer cinco congresos sin ser descubiertos."
A estas alturas del diálogo, el presidente rió con malicia, y reveló con una sonrisa de malicia: "Bueno, siempre hemos dicho que los primeros éramos tres. Pero ya podemos decir que en realidad había un cuarto hombre, cuya identidad ocultamos siempre para protegerlo, pues no fue descubierto el 4 de febrero y quedó activo en el ejército y alcanzó el grado de coronel. Pero estamos en 1999 y ya podemos revelar que ese cuarto hombre está aquí con nosotros en este avión". Señaló con el índice al cuarto hombre en un sillón apartado, y dijo: "¡El coronel Badull!" De acuerdo con la idea que el comandante Chávez tiene de su vida, el acontecimiento culminante fue El Caracazo, la sublevación popular que devastó a Caracas. Solía repetir: "Napoleón dijo que una batalla se decide en un segundo de inspiración del estratega". A partir de ese pensamiento, Chávez desarrolló tres conceptos: uno, la hora histórica. El otro, el minuto estratégico. Y por fin, el segundo táctico. "Estábamos inquietos porque no queríamos irnos del ejército -decía Chávez-. Habíamos formado un movimiento, pero no teníamos claro para qué." Sin embargo, el drama tremendo fue que lo que iba a ocurrir ocurrió y no estaban preparados. "Es decir -concluyó Chávez- que nos sorprendió el minuto estratégico."
Se refería, desde luego, a la asonada popular del 27 de febrero de 1989: El Caracazo. Uno de los más sorprendidos fue él mismo. Carlos Andrés Pérez acababa de asumir la presidencia con una votación caudalosa y era inconcebible que en veinte días sucediera algo tan grave. "Yo iba a la Universidad a un posgrado, la noche del 27, y entro en el fuerte Tiuna en busca de un amigo que me echara un poco de gasolina para llegar a la casa", me contó Chávez minutos antes de aterrizar en Caracas. "Entonces veo que están sacando las tropas, y le pregunto a un coronel: "¿Para dónde van todos esos soldados?" Porque que sacaban los de Logística, que no están entrenados para el combate, ni menos para el combate en localidades. Eran reclutas asustados por el mismo fusil que llevaban. Así que le pregunto al coronel: "¿Para dónde va ese pocotón de gente?" Y el coronel me dice: "A la calle, a la calle". La orden que dieron fue ésa: hay que parar la vaina como sea, y aquí vamos. Dios mío, ¿pero qué orden les dieron? Bueno, Chávez, me contesta el coronel: la orden es que hay que parar esta vaina como sea. Y yo le digo: "Pero mi coronel, usted se imagina lo que puede pasar". Y él me dice: "Bueno, Chávez, es una orden y ya no hay nada qué hacer. Que sea lo que Dios quiera"." Chávez dice que también él iba con mucha fiebre por un ataque de rubéola, y cuando encendió su carro vio un soldadito que venía corriendo con el casco caído, el fusil guindando y la munición desparramada. "Y entonces me paro y lo llamo -dijo Chávez-. Y él se monta, todo nervioso, sudado, un muchachito de 18 años. Y yo le pregunto: "Ajá, ¿y para dónde vas tú corriendo así?" "No -dijo él-, es que me dejó el pelotón, y allí va mi teniente en el camión. Lléveme, mi mayor, lléveme." Y yo alcanzo el camión y le pregunto al que los lleva: "¿Para dónde van?" Y él me dice: "Yo no sé nada". Quién va a saber, imagínese." Chávez toma aire y casi grita ahogándose en la angustia de aquella noche terrible: "Tú sabes, a los soldados tú los mandas para la calle, asustados, con un fusil, y quinientos cartuchos, y se los gastan todos. Barrían las calles a bala, barrían los cerros, los barrios populares".
"¡Fue un desastre! Así fue: miles, y entre ellos Felipe Acosta. Y el instinto me dice que lo mandaron a matar -dice Chávez-. Fue el minuto que esperábamos para actuar." Dicho y hecho: desde aquel momento empezó a fraguarse el golpe que fracasó tres años después.
El avión aterrizó en Caracas a las tres de la mañana. Vi por la ventanilla la ciénaga de luces de aquella ciudad inolvidable donde viví tres años cruciales de Venezuela que lo fueron también para mi vida. El presidente se despidió con su abrazo caribe y una invitación implícita: "Nos vemos aquí el 2 de febrero". Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más.
Por Gabriel García Márquez

Tomado de La Nacion: http://www.lanacion.com.ar/